Estimadas madres y padres:
Quisiera con esta carta llegar a hacerles comprender que es duro escuchar de sus hijos que sienten una presión que es impropia para su edad. Es duro verlos llorar cuando una nota ha sido más baja de lo esperado, cuando la impotencia les quiebra el ánimo y sienten que sus esfuerzos no serán reconocidos. A mi edad no soy capaz de reaccionar como el profesional que se supone que debo ser y decirles que deben esforzarse más o que deben seguir estudiando o que echen más y más horas de estudio. No. A lo que llego es a hacer un esfuerzo titánico para no arrancar a llorar yo también y a explicar, a sus hijos, que lo importante no es esa nota, esa marca en un triste e inútil papel, sino la sensación de haber hecho todo lo posible por aprender y dar lo mejor de uno mismo. Pero demasiadas veces me responden que sus padres eso no lo entienden.
¿De verdad que ustedes no lo entienden? ¿De verdad que ustedes no se recuerdan a la edad de sus hijos? Yo sí me recuerdo así y sé que jamás me importó lo que ningún profesor pensara sobre mí o sobre mi mucho o poco esfuerzo. Jamás me importó porque resulta muy fácil engañar a los demás y mostrarles lo que quieren ver en uno. Es algo que hacemos a diario y que somos capaces de mantener en el tiempo con cierta soltura, basta con que piensen en esas personas que no soportan y con las que conviven a diario o cada cierto tiempo, esos familiares que detestamos pero a los que sonreímos durante una celebración, ese compañero que pensamos que es un imbécil pero hacemos esfuerzos para que no lo note. Ahora bien: ¿son ustedes capaces de mirarse al espejo y mentirse? ¿Son ustedes capaces de negarse sus defectos o disimular sus virtudes? Es imposible mentirse a uno mismo y ahí radica la importancia de ser consciente de qué hacemos bien o mal. Por eso no importa lo que yo pueda pensar sobre qué ha hecho alguno de sus hijos sino que deben ser ellos los que hagan su propia evaluación y saquen sus conclusiones.
En estos momentos puede que estén pensando que tengo algo de razón pero que si dejan que su hija o hijo haga lo que quiera el resultado puede ser malo. ¿Y cuál es el problema? Creo que debo explicarles algo de lo que quizás no se han percatado.
Aprender es sinónimo de equivocarse. A sus hijos se lo digo en clase infinidad de veces porque ellos temen hacerlo, tienen pánico a equivocarse, y por eso les cuesta tanto aprender. Aprender es apasionante, divertido, estimulante, duro, difícil, es un reto diario y continuo. Aprender es ser capaz de tomar decisiones libremente, sin miedo, y ver los resultados. ¿Algunos de ustedes ha aprendido a ser padre o madre de otro modo? ¿Alguno sabía qué tenía que hacer con el primero de sus hijos aunque se hubiera leído cuanto libro o guía hubiera caído en sus manos? Seguro que se reconocen tomando decisiones y fallando, ¿verdad? Seguro que recuerdan esa vez que creían que tenía hambre pero lloraba de frío o viceversa. Ustedes aprendieron, y siguen aprendiendo, como todos, a base de errar. Sus hijos aprenden, y aprenderán, del mismo modo. Ellos necesitan tomar sus decisiones y ver las consecuencias. Necesitan equivocarse y hacerse responsables de sus errores. La vida es larga como para rectificar cuantas veces sea necesario hasta enderezar el rumbo. Al proceso por el que fallamos, rectificamos y aprendemos lo llamamos madurar.
Les ruego que consideren mis palabras como una reflexión hecha desde mi realidad, la que vivo junto a sus hijos a diario, hecha en libertad y sin miedo alguno a equivocarme porque, si yerro, sé pedir disculpas, sé rectificar y sé aprender del error. ¿Saben por qué? Porque desde pequeño tuve la suerte de crecer con la libertad de tomar mis decisiones y madurar con mis errores.
Estoy de acuerdo en que es importante que los padres sepan el esfuerzo que realizamos pero, ¿y los maestros? ¿Tienen en cuenta todo el trabajo que realizamos? Estoy en 2ª BACH y en lo que llevo de año me he dado cuenta de que va a ser el peor año de todos. En muchos casos el alumno estudia más horas de las que puede, dejando de lado las cosas que más le gustan. Sin embargo, tras esas largas horas de estudio, se encuentran con un 4 y una evaluación suspensa. Todo el esfuerzo realizado, las horas que ha pasado estudiando, las cosas que ha dejado de hacer por dedicarle tiempo a esa asignatura…¿para qué? para encontrarse una evaluación suspensa y los ánimos por los suelos. Llevo hablando esto desde hace algún tiempo con mis compañeros y todos opinamos que se debería tener más en cuenta el trabajo y el esfuerzo realizado, y no que la mayoría dependa de una marca en un examen.
Por otro lado también está la típica frase de «es que no sabéis organizaros» ¿de dónde queréis que saquemos el tiempo si nos lo quitáis con todas y cada una de las asignaturas? Y, si faltamos un día para estudiar, ya está la frase de «¿os creéis que estáis en la universidad?» Pues la verdad estamos sometidos a una presión incluso superior a la de la universidad, ya que este año nos estamos jugando todo, es un todo o nada. Y parece que eso no lo quieren ver.
Es cierto que no todos los maestros son iguales, y que muchos ayudan a sus alumnos en todo lo posible, pero intento que comprendan que también somos personas, que tenemos mucha presión y, que aunque no lo vean, estamos esforzándonos todo lo posible por sacar hacia adelante este curso.